Durante los primeros meses del año era costumbre que hombres y mujeres se arremolinasen en torno a los bancos y mesas de trabajo para procesar toda la carne procedente de la matanza del cerdo, de hecho, esta práctica, totalmente olvidada (o nunca conocida) por los más urbanitas, aún se desarrolla en cantidad de pueblos y pequeñas localidades.
La matanza es el procedimiento habitual por el cual se sacrifican uno o varios cerdos con el objetivo de procesar su carne, preparando normalmente embutidos y jamón para todo el año, garantizando así alimento para toda la familia. Es una costumbre popular de multitud de países europeos, desde tiempos inmemoriales, realizada de forma totalmente artesanal con enormes connotaciones festivas y de celebración.
Otro día, si os parece, podemos hablar de la matanza, su historia y cómo se realiza incluso a día de hoy pero, en esta ocasión, vamos a centrarnos en uno de sus productos: el farinato.
El típico cliché del dicho ‘del cerdo se aprovecha todo’ es más que cierto, y durante esta época del año podemos comprobarlo más que nunca. Incluso la grasa, la gordura, tiene algunas utilidades interesantes de las que ya hablaremos y una de las más importantes es la elaboración de Farinato.
Este embutido tiene su origen en la provincia de Salamanca y también es conocido como ‘el chorizo de los pobres’. Antaño era consumido por la humilde gente de campo que, habitualmente, vendían sus mejores productos, como el jamón, lomo y salchichón. Tan humilde es su origen que podemos encontrarlo en el refranero charro: “El farinato, pa'l gato; la morcilla, pa' la gallina; el chorizo, pa' quien lo hizo; y el lomo yo me lo como.”.